¡TU NO ME ENTIENDES!

La comunicación en la pareja.

Entre dos que se aman, la comunicación de ese amor, es tan importante o más que el sentimiento en si.


A menudo me he encontrado a parejas que en el fondo se quieren, pero cuando se trata de dialogar lo hacen a base de gritos, reproches, sarcasmos y otro tipo de expresiones que para nada son coherentes con ese supuesto amor. ¿Dónde está el problema? Podríamos inclinarnos por pensar que realmente no existe ese cariño, que se trata más bien de una dependencia o que se han ido dejando de querer y ahora no se soportan. Podría ser. Pero si ellos dicen que aun se quieren, si confiesan querer intentarlo, se les puede ayudar haciendo un análisis más profundo de la situación. ¿Qué tal si les enseñamos algo de buena comunicación? Y quizá este matrimonio que parecía imposible, con el paso del tiempo, el esfuerzo de los dos y las pautas terapéuticas se torne en algo más parecido a una pareja, donde se dan y se reciben muestras de cariño, donde ambos confiesan estar satisfechos y me atrevo a decir, que ambos se alegran de haber tomado la decisión de pedir ayuda y de intentarlo una vez más. Este es, en ocasiones, el resultado de la terapia de pareja.

La comunicación es tan importante como desconocida en muchos casos. Al principio de una relación y bajo el “hechizo del enamoramiento” resulta fácil mostrarnos empáticos, afectuosos y agradables. Somos más condescendientes con los errores del otro y parece que prima el sentido del humor como un antídoto que le resta importancia a los problemas. Pero, ¿qué sucede después? Lo más fácil es echarle la culpa a Cupido, decir que se acabo el amor. Si nos fijamos en la dinámica de comunicación a la que muchas parejas se someten, veremos que está ha ido degradándose. Uno de los grandes fallos es el aumento de expresiones que muestran insatisfacción, desagrado, reproches y quejas. Y si algo caracteriza la comunicación es la reciprocidad, de modo que los reproches fácilmente se intercambian por más reproches.

Comunicamos todo el tiempo. Incluso cuando no queremos estamos comunicando. Comunicamos con palabras y con gestos, desde el razonamiento y desde las emociones. Los modelos de comunicación que se establecen en la pareja son determinantes para hacer que ésta se vea dotada de energía a lo largo del tiempo o por el contrario se vuelva insatisfactoria para ambos miembros. A menudo la comunicación ineficaz se escuda bajo frases tales como “yo es que soy así”, “a mi me gusta la sinceridad, yo digo las cosas cómo las siento” o “es que los dos tenemos mucho carácter”. Cuando interactuamos con nuestra pareja, es vital, no sólo expresar cómo nos sentimos, sino dar un paso más allá de nosotros mismos, pensar en cómo se siente el otro. Para ello, aunque ser espontáneo puede ser un alivio momentáneo, es necesario analizar y planificar nuestra forma de comunicarnos. La comunicación efectiva se traduce a menudo en la felicidad de quienes la comparten.

También es necesario que cada miembro de la pareja, en cuanto receptor, vea más allá de las palabras y trate de descubrir la emoción que sostienen estas. John Gray, en su libro “ Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” ya nos advierte de las diferencias de género como un factor a tener en cuenta en la comunicación. A menudo las parejas discuten desde dimensiones distintas. Muchas veces las mujeres hablando, desde el plano emocional, usan expresiones como “tu siempre haces lo mismo” o “nunca me escuchas”. Ante esto, el hombre tratando de usar la lógica, es decir desde su parte más racional, se justifica buscando ejemplos de situaciones en las que eso de que se le acusa no fue así, le parece injusta la sentencia que se le imputa, es decir, trata de demostrar que no “siempre” lo hace mal. En realidad la frase “nunca me escuchas” puede ser expresión de una necesidad afectiva, del deseo de recibir muestras de atención y valoración, de sentir que a la otra persona le interesa lo que uno trata de comunicar. Cuando esto no se percibe, suele desembocar en una mayor frustración. La mujer por su parte, no se siente comprendida y el hombre suele encerrarse o distanciarse porque se siente atacado. En ocasiones se torna en una espiral agresiva, verbalmente, bajo el lema “la mejor defensa es un buen ataque”. En este contexto se dicen muchas cosas de las que luego se arrepienten, pero que a la larga van agrietando la relación.

Partiendo de la base de que todos tenemos necesidades emocionales, el quid de la cuestión está en cómo hace cada miembro de la pareja para cubrir esas necesidades. Hay ciertos métodos, que aunque a corto plazo pueden darnos lo que buscamos, a la larga pasan factura a la relación. Me refiero a métodos tales cómo la coerción, la intimidación o el chantaje emocional.

La comunicación negativa es un arma de doble filo. No sólo es destructiva para la relación, sino que de forma paradójica puede llegar a ser un modo de mantenerla. Saliendo del contexto de la pareja, pongamos por ejemplo un niño en clase que consigue llamar la atención de su profesora con malas conductas. Obviamente esta atención es negativa, expresada en castigos y riñas, pero al fin y al cabo es atención. De modo que si el pequeño no aprende otras conductas para conseguir atención positiva, se mantendrá en esta dinámica. Del mismo modo sucede entre dos individuos que se castigan verbalmente. No es lo que más les gustaría, pero es la forma en la que se ha enquistado su comunicación y, muchas veces, lo prefieren ante el silencio de la indiferencia.

En terapia, familiarizamos a las parejas con el término “gratificación”. Cuando la comunicación se caracteriza por palabras de empatía y gratitud, ésta se experimenta como reforzante e intensifica el deseo de estar en comunión. La relación suele tener elementos que a uno le agradan, pero muchas veces se asumen como parte de la rutina y no se le da el valor necesario, antes, el foco de atención se traslada a aquellas cosas que nos molestan, a lo que desearíamos cambiar. Modificar este aspecto puede dar un giro a la relación si se mantiene de forma constante. Por ejemplo, empezar a ver lo que tu pareja hace que sí te gusta y comunicárselo. Expresar cuánto aprecias que la comida esté preparada, o que te escuche, que te acompañe, que colabore en las tareas del hogar, etc.

Las caricias, la mirada y otro gestos dan mucha fuerza a lo que decimos. Solo hay que observar a los actores de cine. Cuando se dicen que se quieren lo hacen fijando su mirada, cogiéndose de la mano o fundiéndose en un apasionado abrazo. Quizá en algún momento todos han acompañado sus palabras con el lenguaje no verbal que las apoya, pero puede que al caer en la rutina, por el paso del tiempo o por no prestar atención, se haya ido perdiendo esta habilidad. Estaría bien volver a utilizarla, reaprender su importancia y aplicarla en la próxima conversación con esa persona a la que se ama.


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"Quiéreme para que me quiera".

La información que uno tiene de si mismo no es la autoestima, es lo que se conoce como “autoconcepto”. La autoestima es la forma en la que valoramos ese concepto. Ante una misma información, como por ejemplo que la gente se ría cuando uno habla, la interpretación puede ser muy distinta. Uno podría pensarse divertido o gracioso, pero otro podría sentir que está haciendo el ridículo, o que los demás no le toman en serio.

La autoestima, se va formando desde la infancia, en base a la información que nos han transmitido, a la interpretación de esa información y a la valoración propia y por parte de los demás. Por ejemplo, ante las continuas riñas entre los padres, un niño puede interpretar que están enfadados con él, es decir, culparse de la carga emocional negativa que observa en ellos.

Cuando comenzamos una relación de pareja, no lo hacemos solos, sino acompañados de un equipaje experiencial, en el cual se incluyen expectativas, ilusiones, decepciones, miedos, buenas y malas experiencias, virtudes y carencias, educación, cultura, etc. Por eso a veces no resulta fácil engranar nuestra vida con la de la otra persona, que por supuesto arrastra un bagaje distinto al nuestro.

La autoestima, es decir nuestra forma de valorarnos influye también en la forma en que vivimos el amor de nuestra pareja y hacia nuestra pareja. Cuando uno no se ama a sí mismo puede tener dificultades para recibir el amor de otra persona, con lo que las muestras afectivas de ésta nunca son suficientes. Por ejemplo, los celos muchas veces vienen por la propia inseguridad proyectada en la pareja, “confío en ti pero no en los demás,” “no me gusta que te miren, te quiero sólo para mi.”. La dependencia y el chantaje emocional también son características de una necesidad afectiva: “no puedo vivir sin ti”, “si me quieres no hagas esto o aquello.”

Cuando uno tiene carencias afectivas no satisfechas también se ve limitado para dar amor. La admiración es una característica de las parejas felices, el poder animar y apoyar de forma positiva. La persona insegura, tiene miedo de apoyar al compañero o compañera en su propia autonomía. Vive como amenazas cualquier cosa que exija la dedicación del cónyuge. Por eso, en lugar de ofrecer apoyo, muchas veces expresa sus miedos.

Hemos de entender que para que el amor se mantenga a lo largo del tiempo, éste necesita ser alimentado por una constante reciprocidad: dar y recibir. La persona que asume un rol de “salvador”, “víctima” o cualquier otra postura que rompe la cadena de dar y recibir, generan dinámicas destructivas en la relación.

En la forma de comunicarse, a menudo la falta de autoestima se expresa en dos vertientes:

  • Pasivo: tiende a conformarse, evita el conflicto y cede ante la imposición.
  • Agresivo: trata de controlar y de imponer su punto de vista, vive como una amenaza la disensión, tiende a ser poco tolerante e intransigente.
  • También se puede dar un tercer caso: pasivo-agresivo, según la situación o personas, reacciona de una forma u otra.

La persona con una autoestima sana posee la habilidad de comunicarse de forma asertiva, es decir, expresando su opinión de manera abierta y segura, ejerciendo sus derechos sin pisotear los de los demás.

Como dicen algunos sistémicos, somos víctimas de víctimas, y por lo tanto nadie pasa ileso por las relaciones de la vida. Lo importante es conocer nuestras carencias afectivas y entender nuestros miedos para poder desmitificarlos. No vivir proyectando en la pareja lo que en realidad es una limitación nuestra.

Aceptarnos y valorarnos es el primer paso para poder amar a otros y recibir su amor. Implica un apoyo más allá de nuestras virtudes, que incluye ser amados aún a pesar de nuestras limitaciones, y que éstas sean sólo temporales, como parte de un proceso de aprendizaje.



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Habilidades para ligar.


“Seducimos valiéndonos de mentiras y pretendemos ser amados por nosotros mismos.”

Paul Géraldy.














La seducción se confunde a menudo con una verdad a medias, o dicho de otro modo con una sutil forma de engañar. Pero ese tipo de seducción lleva a la decepción de quien se enamora y a la profunda frustración de quien seduce por no poder ser uno mismo confiando en que será amado.

Cuando se habla de ligar, casi todos lo hacen como si fueran expertos en la materia. En cambio, a la hora de practicar, no son tantos los que lo hacen con ciencia. Muchas veces se imita lo que hacen otros, o se aprende por “ensayo y error”. A nadie le gusta que le digan cómo seducir, pero todos, si existiera, se aprenderían una fórmula mágica.

En esta ocasión vamos a dar algunas pinceladas que pueden ser útiles para todos aquellos que quieren atraer y enamorar a otra persona.

En el taller que venimos impartiendo de “Habilidades para ligar” hemos descubierto que una de las cosas que más le cuesta a la gente es romper el hielo. Los nervios juegan muy malas pasadas. A veces todo se queda en la ilusión de haber tenido una agradable conversación con alguien que nos parece especial. De los que dan el paso, muchos no pasan de un par de preguntas y un silencio incómodo. Los hay que sí que se acercan y acaban disfrutando de una amena interacción. En todos los casos, hay algo que es fundamental para disminuir la ansiedad y además conseguir que la persona objeto de nuestro deseo se lo pase mejor con nosotros.

La ansiedad, en este campo, muchas veces se produce por preguntas tales como “¿qué pensará de mi?”, “¿y si me rechaza?” u otras por el estilo. Observemos que el foco de atención en este caso está en uno mismo, no en la persona que deseamos conocer. Si ponemos una lupa sobre un texto, la zona que enfocamos se hará más notoria. Si la cambiamos de lugar no nos llamará tanto la atención. Del mismo modo, cuando nos centramos en nosotros, aumenta el estrés por quedar bien y por consiguiente el miedo a hacerlo mal. Si cuando interactuamos con otros nos hacemos las siguientes preguntas “¿qué me gusta de el/ella?” “¿qué intereses tiene esta persona?” etc., descubriremos que de repente ya no nos sentimos tan nerviosos y que nuestro compañero de interacción se sentirá mucho más valorado y puede que se interese más por la persona que le hace sentir de ese modo.

Otra cosa muy importante es el manejo de las preguntas que hacemos en una conversación. Si las preguntas son cerradas, del tipo “¿te gusta la música?” las respuestas sólo podrán ser “si” o “no” con lo que se da menos pie a que la conversación continúe. Si la pregunta es abierta, “¿qué tipo de música te gusta?”, es más fácil continuar la conversación de un modo distendido. Lo ideal es hacer una pregunta abierta, pero si no se conoce a la persona a veces es complicado. Por ello es recomendable, si se hace una primera pregunta cerrada, continuar con una que dé más variedad de respuesta.

Una duda muy común es sobre qué temas hablar. Lo más natural es ir en progresión, de cosas más generales a más personales. Por ejemplo, la pregunta “¿tienes novio?” es muy personal, da poco juego a la seducción. Este tipo de preguntas hacen que desaparezca la gracia que se produce por la incertidumbre. En cambio, empezar hablando sobre aficiones o algún suceso reciente puede resultar menos violento y más ameno.

El verdadero seductor es aquella persona en cuya presencia, tanto hombres cómo mujeres se sienten valorados. No tanto la que desea ser el centro de atención, cómo la que centra su atención en los demás. No lo es el que se esfuerza el fin de semana por seducir, como quien hace de su vida una forma de interactuar interesándose en los demás.

Las relaciones personales pueden ser una forma de desarrollo personal, de disfrutar y aprender. Por ello es un campo que merece la pena cultivar.


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"La primavera...la sangre altera"


Ya se encarga nuestro refranero de advertirnos que la primavera es una época especial, que de un modo extraño nos volvemos más proclives a enamorarnos y de alguna forma parecemos más felices.


El ser humano no tiene una época de celo marcada en el calendario anual, podríamos decir que “esta dispuesto” todo el año. Pero si que es cierto que al entrar la primavera sufrimos una especie de alteración. Y no es de extrañar, tras un largo invierno, donde nos hemos privado de las salidas al aire libre y nos hemos camuflado bajo el abrigo, llega el “destape”. Nos dejamos seducir por la variedad de colores que ofrece la moda primaveral, la ropa cubre menos, el sol reluce en las terrazas de los bares y las salidas se ven acompañadas por el buen tiempo.


Al igual que el mal tiempo influye en el estado de ánimo, hasta el punto de relacionarse con el mayor número de depresiones en los países nórdicos; el sol también nos afecta de forma positiva. Precisamente la luminoterapia simula la intensidad luminosa de la luz solar demostrando así sus efectos terapeúticos. De hecho, la prolongación del día en primavera disminuye la segregación de melatonina, hormona implicada en el estado de somnoliencia.


¿Qué sucede cuando nos enamoramos?


Más tarde o más temprano, más intensa o más levemente, a todos nos llega ese cúmulo de sensaciones que nos hacen sentir como si estuvieramos “flotando”.


La química del flechazo tiene tres ingredientes básicos:

  1. Fenilalanina: Se relaciona con la sudoración y la dilatación pupilar.
  2. Adrenalina: Acelera el corazón y nos hace sentir emocionados.
  3. Endorfinas: Protege nuestro sistema inmunológico y nos hace sentir mejor.


Es importante distinguir entre amor y enamoramiento. El primero tiene un inicio progresivo y es de duración larga. El segundo es más rápido tanto en su inicio como en su final. El enamoramiento es la interpretación que hacemos ante la activación que sentimos. Por ejemplo, una adolescente a la que sus padres le prohiben salir con un chico, cada vez que lo haga sentirá una activación mucho mayor, pues está haciendo algo prohibido. El caso es que lo más probable es que no interprete su activación de esta forma, sino que crea y se autoafirme en su amor, pues relaciona al objeto de su amor cómo el causante de tanta excitación.


El enamoramieno puede provocar el inicio de una relación de pareja, pero no es suficiente para hacerla sólida a lo largo del tiempo. El amor es algo dinámico, susceptible de cambios, una construcción que se alimenta de dar y recibir.


Empezar una relación es algo relativamente sencillo, aparentemente atractivo. Mantener esa relación a lo largo del tiempo sintiendose satisfechos es un trabajo más minucioso.


El cine ha contribuido a mitificar una idea romántica y casi superficial de la pareja. Lo curioso es que las películas se acaban en el momento que deciden casarse o compartir su vida, rara vez se muestran los conflictos y como se superan. Por eso, en pareja, una de las primeras cosas que hay que hacer es desaprender para reaprender, entendiendo que se trata de dos, que buscar culpables no soluciona el problema, que es mejor aceptar que tratar de cambiar a nuestra pareja.


Al principio, cuando uno esta enamorado, las “pequeñas manías” del otro se perciben de forma inocente, casi como divertidas, algo sin importancia que “ya cambiará”. Luego nos frustramos al descubrir que esa persona tiene defectos que nos resultan insoportables e incomprensibles. El amor se construye conociendo y aceptando no sólo las virtudes sino las carencias de la persona.


No hay un límite establecido para la duración del enamoramiento. Algunos psicólogos establecen el límite en un máximo de seis meses, mientras otros lo alargan hasta los tres años. El caso es que su duración es limitada aunque se puede reactivar repetidas veces a lo largo de una relación. Lo más importante es ser conscientes de que tiende a disminuir y por ello es importante trabajar en el amor, en algo más duradero, dependiente no sólo de los sentimientos sino de la voluntad.

Hay quienes se enamoran de estar enamorados, y buscan ese sentimiento en una relación, sin preocuparse en construir nada más. Por eso cuando esa activación se mitiga abandonan la relación o se sienten profundamente frustrados.


Es muy excitante vivir un romance y sentirse enamorado hasta la médula, pero también es muy gratificante construir una relación íntima y exclusiva que, cómo dice la teoría gestáltica, es más que la suma de sus partes.





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