¡EN GUARDIA!

A menudo, las parejas se dan cuenta que, pasado un tiempo, su cónyuge no es lo que pensaban, o que la situación que viven no es la que soñaban. La discrepancia entre lo que se tiene y lo que se desea es lo que se llama en psicología disonancia cognitiva. Esto produce un malestar personal difícil de soportar a lo largo del tiempo.


Lo curioso es cómo reaccionan las parejas ante este tipo de situaciones. Vivimos sometidos a un ritmo de vida estrepitosamente rápido, lleno de exigencias, marcado por rutinas y, paradójicamente, por inoportunos imprevistos. Esto nos deja poco tiempo para reflexionar en la pareja, en cómo están funcionando las cosas, en qué hacemos nosotros porque vayan mejor, etc. Nos damos cuenta de que las cosas no son como nos gustaría cuando nos sentimos mal, generalmente ante el comportamiento de la otra parte. La reacción suele ser enfocada a aliviar lo que en dicho momento nos molesta, no tanto a un cambio a largo plazo.


De la frustración salen dos actitudes que deterioran el equilibrio de la satisfacción en pareja: la crítica y la defensiva.


La actitud crítica se enfoca continuamente en lo que falla, en lo que se podría mejorar del otro. La forma de expresar los sentimientos es atacando y tachando a la persona por completo más que refiriéndose a un comportamiento específico. Con esta actitud la frustración aumenta. Por una parte, las cosas negativas son percibidas continuamente y la sensación de mal estar pesa más a lo largo del tiempo. Por otro lado, rara vez consigue su objetivo, porque no expresa la necesidad interna sino el fallo en el otro. Incluso cuando de este modo uno consigue llevarse la razón, la relación sufre. En lugar de compañeros de viaje, la sensación es de oponentes que luchan en el ring.


Por ejemplo:

¡Nunca me escuchas!” “Parece que lo único que te importa es tu trabajo y lo que piensen de ti tus amigos”.


¿Es que siempre tienes que ser el centro de atención? Siempre que vamos a una fiesta acabas dejándome en ridículo. ¡No te callas ni debajo del agua!


La actitud defensiva se marca por una lista de excusas y justificaciones, seguidas de un nuevo ataque hacia la otra persona. La defensa es una reacción de lucha ante un supuesto ataque. Lo peligroso de ésta es que, aún siendo provocada, es un forma de pelear, de atacar y de continuar en una espiral de reproches. La persona que vive de forma “defensiva” se siente tensa, controlada y atacada. Muchas veces es como si uno tuviera que estar continuamente demostrando que “es inocente”.


Por ejemplo:

Es que por lo menos mis amigos valoran lo que digo. ¡Cómo quieres que te escuche si lo único que haces es gritar todo el día!


Y ¿qué quieres?, ¿qué seamos todos tan sosos como tú? Parece que en vez de una fiesta estás en un entierro.



Ambas formas de comunicación son un ataque, no una expresión genuina de los sentimientos. Por eso la sensación final tras una disputa “crítica-defensa” es de frustración, de que el otro “no nos entiende”. Como ya hemos mencionado en otros artículos, las discusiones no son en sí lo que envenena una relación de pareja. Es la forma en la que éstas se producen lo que puede perjudicar la unión entre ambos. Para poder “discutir bien”, es importante darle a nuestra pareja un mensaje “yo” en lugar de “tú”. Un mensaje centrado en lo que sentimos y deseamos y no tanto en lo que el otro hace o no hace, es o deja de ser. De este modo le damos la oportunidad a la otra persona de saber por qué algo nos hace daño y entender nuestros sentimientos, que es muchas veces lo que trae alivio a la situación.


Lo paradójico de todo esto será descubrir que, muchas veces, los sentimientos que provocaron una pelea son por ambas partes muy similares. Pues como diría Dale Carnegie, el deseo más profundo de todo ser humano es sentirse amado o valorado.



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