¿POR QUÉ SOMOS CELOSOS?


Los  celos, que todos hemos experimentado alguna vez, son sólo la reacción que mostramos cuando tenemos miedo a perder el afecto o atención de la persona que queremos y por ello nos volvemos posesivos con ella. Ese miedo surge tras compararnos con otra persona como rival y valorarla mejor que a nosotros mismos. Estas diferencias pueden ser reales o imaginarias, pero lo importante es la forma en la que las percibimos: como una amenaza. Es decir, en el ámbito de la pareja, los celos son el mecanismo de defensa que ponemos en marcha ante la amenaza de perder una relación interpersonal importante para nosotros.

La base que sustentan los celos suelen ser creencias irracionales formadas por inseguridades y una baja autoestima.

Así, será bueno trabajar con estrategias que aumenten la autoestima, como por ejemplo pensar y apuntar todas las cualidades que tengo que me hacen especial, de manera que, además de valorarnos más a nosotros mismos, descubriremos aspectos positivos que poseemos y no conocíamos. De este modo, cuando nos enfrentemos a una situación que nos pone celosos y que nos genera ansiedad ante la amenaza, podremos tener una visión más positiva de nosotros. Esta estrategia sirve para detener y cambiar el pensamiento y disminuir con ello la ansiedad ante la situación. Cuando nos referimos a una visión positiva de nosotros mismos incluimos nuestras virtudes y también la aceptación de nuestras carencias como parte de un proceso de desarrollo personal. Es decir, no se trata de una percepción ingenua basada sólo en lo que consideramos cualidades, sino en una imagen más realista e integradora de nosotros mismos.

La realidad es que todos en mayor o menor medida somos celosos. La diferencia entre unas personas y otras, es la capacidad para sobrellevarlos y la intensidad o malestar que nos producen. Estas características distinguirán los celos sanos o racionales (miedo a que se rompa la relación pero no generan un malestar intenso) de los patológicos o irracionales (gran malestar asociado a sentimientos de hostilidad e inseguridad porque exigimos interés absoluto hacia nosotros). Estos últimos, suelen ser destructivos para la relación porque se limita el espacio de actuación del otro de forma excesiva. Van en aumento, lo que antes me hacía estar tranquilo (por ejemplo “cotillear” el móvil) ahora es insuficiente y necesito hacer algo más (por ejemplo tener las contraseñas de las redes sociales).

 Se puede dejar de ser celoso patológico cambiando las creencias irracionales aunque se necesita esfuerzo, tiempo y compromiso. En muchos casos, es preciso buscar ayuda psicológica.

Lo cierto es que, en contra de los mitos, los celos apagan el amor y debilitan la relación. Por ello,  es importante aprender a vencerlos para poder disfrutar de relaciones más felices y saludables. Partiendo desde la confianza como base de un amor en expansión.

Alicia García Cebrián


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Ser o no ser fiel, esa es la cuestión.



Un hombre me confesaba en consulta que se sentía terriblemente angustiado. Llevaba siendo infiel a su mujer desde hacía seis meses. No sabía que hacer. El la había querido mucho y se caso con ella completamente enamorado. Pero desde hacía un año comenzaron a tener problemas sexuales, habían perdido el deseo sexual y no lograban recuperarlo. Al cabo de un tiempo, conoció a una mujer que provocaba en él un deseo sexual y una atracción que, según él, nunca antes había conocido. En el momento de venir a terapia se siente confuso. Sabe que aún quiere a su mujer y cree que podría tratar de recuperar la relación. Pero me comenta: “si dejo de ser infiel y no estoy satisfecho con mi mujer, temo que pasado un tiempo vuelva a estar en la misma situación”.

Frank Pittman asegura, en su libro Mentiras privadas, que la infidelidad es la experiencia más temida y más devastadora en una pareja. De hecho, es la causa de divorcio mundialmente más aceptada. Pero, ¿por qué sucede? ¿Somos infieles por naturaleza? ¿Es el matrimonio meramente una quimera? ¿Son nuestros instintos los que nos llevan a ser infieles?

Se habla poco sobre la infidelidad, quizá por miedo o por desconocimiento. Parece que es un tema del que no se quiere saber y que si existe -y desde luego existe-, se prefiere no conocer. La realidad es que son muchas las personas que acuden a consulta con preguntas de este tipo. Por eso, creo conveniente, en esta ocasión, una reflexión más profunda y esclarecedora.

Voy a tratar cinco mitos sobre la infidelidad:

La infidelidad se produce porque un matrimonio tiene problemas.

Si pensamos que la pareja es aquella que debe suplir todas nuestras necesidades y responder a todas nuestras expectativas, no importa con cuantas personas estemos, todas serán relaciones de frustración y continua tensión.
Si ser infiel es el resultado de los problemas en la pareja, entonces, todos aquellos que tengan problemas en su relación serían infieles. Pero no es así. La infidelidad se puede producir cuando un matrimonio tiene problemas, pero esta decisión empeora, y no mejora, una relación.
Cuando uno se siente insatisfecho tiene varias opciones: tratar de solucionar los problemas por sí mismos; pedir ayuda, quizá terapia de pareja; o incluso abandonar la relación y comenzar una nueva.

No es natural estar en pareja.

La pregunta que les haría a quienes piensan así es ¿por qué se comprometen? Cuando aceptamos un compromiso de relación sea como novios, pareja de hecho o cónyuges, estamos aceptando una relación exclusiva con esa persona y excluyente de otras. El problema de la infidelidad no es una cuestión de naturaleza sino de elección y traición. La infidelidad consiste en que yo asumo un compromiso de estar con un hombre o una mujer y lo traiciono con otra persona.

En cualquier otra área de la vida y de las relaciones entendemos que las traiciones son perjudiciales y evitables. Pero parece que cuando hablamos de amor o sexo la traición se relativiza.

No se puede luchar contra los impulsos, no se puede evitar ser infiel.

Por supuesto que sí, de lo contrario no nos serviría de nada tener voluntad y razón. De hecho, cada día tenemos impulsos y no siempre nos dejamos llevar por ellos. Por ejemplo, uno puede sentir la necesidad imperiosa de comer una tableta de chocolate, todos los días, y si no lo hace es porque valora otras razones por encima de sus deseos. Podemos tener el impulso de agredir a un jefe autoritario y no lo hacemos (por lo general), porque pensamos en que las consecuencias de ese acto no son deseables. Es decir, cada día nos vemos en la tesitura de decidir, de valorar las consecuencias de nuestros actos a corto y a largo plazo. Somos seres volitivos más allá de tener instintos o deseos. El instinto o el deseo sexual puede ser una justificación válida para muchos sobre la infidelidad, pero no es una explicación real ni suficiente, porque no se tienen en cuenta otros aspectos del ser humano.


La monogamia es antinatural y por eso se produce la infidelidad.

La infidelidad en la relación amorosa no es tanto una cuestión de monogamia o poligamia. En las culturas polígamas también se considera infidelidad la relación sexual o amorosa que se establece con miembros externos a los que han sido previamente acordados. La infidelidad consiste por lo tanto en romper el acuerdo que se ha establecido en la relación amorosa traicionando la confianza de ésta.

Las secuelas inevitables de una “aventura” son el divorcio o la separación.

No necesariamente. La infidelidad, una vez descubierta, genera una crisis de pareja. Con las crisis se puede empeorar como matrimonio, pero también se puede mejorar si se quiere y se sabe cómo. Se trata de superar los problemas que ya se tenían antes más los nuevos que se han creado. Se trata de aprender a perdonar y a reconstruir la confianza.

Nunca está todo perdido cuando dos personas que se aman deciden aunar esfuerzos y, si lo necesitan, buscar la ayuda de un especialista. Siempre se puede mejorar, siempre se puede aprender, siempre se puede escoger. Ser o no ser fiel es una cuestión que se responde desde la voluntad.



Espero que la reflexión haya servido. Para cualquier duda o comentario puedes escribirme a: info@unidaddeterapiasexualydepareja.com


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“Te quiero si eres como quiero”





Una reflexión sobre el amor y las relaciones de pareja.

Por Anna Isabel Gil Wittke.

Una mujer me decía, después de más de 20 años casada, “Yo le digo lo que me gusta y lo que no, y él parece que se esfuerza por un tiempo en complacerme, pero al final acaba desistiendo y vuelve a ser igual. Así que me he dado cuenta de que él no es como yo pensaba. Ya no sé si le quiero porque después de tanto intentarlo ya no sé lo que siento”.

Este es el relato que escucho, de una u otra manera, de forma repetida tanto por hombres como por mujeres. Las rupturas están cargadas de razones y culpas sobre el otro y las reconciliaciones, muchas veces, se basan en condiciones para el cambio. Todo esto me lleva a reflexionar sobre si el problema de una pareja es realmente aquello de lo que se quejan o si es algo más profundo. Me refiero a que quizá, el “quid” de la cuestión esté en la forma de concebir la relación, es decir, en la forma de amor.

Cuándo hablamos de amor, ¿qué es lo que queremos decir? ¿cómo lo llevamos a la práctica? ¿Cómo amamos? Amamos desde nuestra necesidad, amamos desde lo que esperamos, amamos demandando. En otras palabras: “te amo porque creo que tú me vas a hacer feliz”. Cuando esto no sucede, nos sentimos decepcionados casi estafados. Es como, si en nuestro concepto de amor, nos hubiéramos vuelto tan hedonistas que no contemplásemos ni tolerásemos el sufrimiento o la decepción.
Es entonces cuando uno se da cuenta de que el amor que se profesa es, muchas veces, un amor completamente egoísta. Nos fijamos en cómo nos sentimos nosotros para realizar un balance de la relación. De algún modo es como si todo girase en torno a uno mismo y la pareja se convierte en un elemento de apoyo para lograr la satisfacción personal.

En realidad, cuando se ama a alguien por lo que se espera y no por lo que verdaderamente es, no se ama realmente a la otra persona. Se ama lo ideal pero no lo real. Lo ideal nos ilusiona, nos hace felices, pero lo real nos duele o nos molesta. Por eso nos cuesta deshacernos de nuestras exigencias que provienen de nuestras expectativas y de nuestras carencias. Nos empeñamos en buscar un culpable de nuestra frustración. Asumir que podemos mejorar nuestra relación con el otro desde nosotros mismos es el primer paso para el cambio. Mientras sigamos esperando a que nuestra pareja cambie o se convierta en lo que deseamos, seguiremos estancados en una relación de frustración. Y quizá seguiremos amando de un modo egoísta, pendientes de cómo nos hacen sentir y de lo que recibimos en lugar de dar.

Por eso, mi propuesta para San Valentín es que sea un día donde uno comience el cambio por si mismo, y que mañana lo continúe. Pues el esfuerzo sin constancia no nos dará resultados.  Así, podemos empezar por cambiar nuestra forma de amar, por hacerla más real, más auténtica y más flexible. Quizá de ese modo descubramos que la relación de pareja que avanza es aquella que se enfoca al desarrollo y el aprendizaje.

De algún modo, las personas son un conjunto en el que se incluyen carencias y fortalezas. No podemos amar verdaderamente a alguien si no aceptamos sus carencias y no sólo sus fortalezas. Por eso, amar comienza por aceptar sin intentar cambiar, y esto es un desafío que nos invita a amar de un modo real y no con condiciones. Es fascinante saber que somos capaces de grandes cambios sí comenzamos por nosotros mismos, asumiendo nuestra responsabilidad y, a la vez, nuestro potencial.

Así, en lugar de decir “Te quiero si eres como quiero”, podremos decir “ te quiero aunque no tengas todo lo que quiero…aún así, te quiero”.


¡Feliz San Valentín!


Para cualquier consulta puedes escribir a info@unidaddeterapiasexualydepareja.com



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¿Por culpa de la crisis?


Estar en pareja no siempre es fácil, pero menos fácil lo es cuando la crisis toca las puertas de nuestro hogar. Ya lo dice el refrán, “cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana.” Parece que la escasez económica es sinónimo de escasez amorosa, y que uno, no sólo se encuentra con dificultades para encontrar o mantener un trabajo, sino para mantener una relación afectiva a pesar de los problemas. Puede que con dinero se cubran fácilmente muchos de los problemas del día a día, pero ¿se solucionan estos problemas, o más bien se trata de una “tapadera”?

Son tantas las parejas que me explican cómo, desde que las cosas les van peor económicamente, su relación de pareja esta en crisis. Incluso he llegado a escuchar la asociación “por culpa de la crisis nos vamos a separar”. Uno se pregunta qué hay de cierto en todo esto, ¿acaso tendrá la crisis el poder de destruir una relación?

Creo que las parejas pasan por situaciones que prueban la consistencia de una relación. Desde luego la crisis podría ser una de esas situaciones. Pero no es el factor externo el que empeora la dinámica de una pareja, ni mucho menos lo que la rompe. Si fuera la crisis la que destroza una relación, todas las parejas que están siendo afectadas se romperían. Esto no sólo no es así, sino que hay personas que están fortaleciendo sus lazos afectivos a pesar de una precaria situación económica. Se trata más bien de la forma de enfrentarse a los problemas lo que determina las consecuencias que estos tendrán para nosotros.

Toda nueva situación requiere una adaptación, un ajuste de expectativas, objetivos y acuerdos. Si antes los dos trabajaban, y ahora sólo uno de ellos lo hace, será necesario entender que la persona que se está quedando en casa sigue siendo útil y aporta una parte importante en la convivencia diaria. Otro ejemplo, si antes salíamos a cenar todos los fines de semana  y de ese modo nos comunicábamos más y nos sentíamos más unidos, ahora, puede que tengamos que reubicar ese momento de comunicación en una actividad que no implique el mismo gasto de dinero. Es decir, es imprescindible adaptarse para poder seguir avanzando juntos.

El amor puede encontrar una vía de crecimiento cuando vienen los problemas, cuando no es fácil, cuando requiere esfuerzo. Si un matrimonio ya tenía grietas en la relación, con la crisis se puede resquebrajar. Sí que puede influir pero no es nunca la causa directa. Quizá, necesitemos recordar que todos somos responsables de nuestras conductas, seres volitivos. Y que, si queremos que nuestra relación funcione a pesar de los problemas, tenemos que asumir una parte de esa responsabilidad y enfocarnos en buscar soluciones, y no tanto culpables del estado de la relación. Siempre podemos hacer algo, y cuando no hacemos nada, ya estamos haciendo algo. Por eso necesitamos reaccionar con motivación y esperanza para reponer nuestra relación con una perspectiva de equipo que lucha por superar los obstáculos.

Si hay objetivos, hay proyección. Y, si hay proyección, habrá esperanza.




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¿CÓMO RESOLVER LOS PROBLEMAS CON NUESTRA PAREJA?


Tengo el placer de presentaros a Alicia García Cebrián, que es psicóloga y compañera de practicas de la Universidad de Murcia. Está colaborando con nosotros en la sección de artículos, de talleres y de la Radio Online de Murcia. Creo que el artículo que escribe os va a resultar tan útil como interesante.



¿CÓMO RESOLVER LOS PROBLEMAS CON NUESTRA PAREJA?

Pues bien, esta es una pregunta que todos solemos hacernos cuando discutimos con nuestra pareja muy frecuentemente sin saber muy bien el porqué.

Siempre solemos centrarnos en el causante del conflicto, si ha sido culpa mía o suya, pero hay algo que debemos tener muy claro, no hay un sólo culpable, esto me recuerda una famosa frase que todos conocemos “dos no discuten si uno no quiere”, es decir, cuando formamos una pareja la conducta de uno de los miembros de la díada va a influir en el comportamiento del otro y viceversa, es decir,  si le hablo mal a mi pareja, esta me contestará mal a mí también y así aumentara la escalada de conflicto. Con todo esto se refleja que somos interdependientes y responsables de la actitud de nuestra pareja.
Por tanto, no debemos centrarnos tanto en buscar un culpable (que suele ser el otro) para sentirnos bien con nosotros mismos, si no en las soluciones, es decir, en qué cosas debemos cambiar para que los conflictos no ocurran de ese modo y sepamos afrontarlos eficazmente.
Uno de los cambios que suelen ser muy productivos en estos casos es disminuir los intercambios negativos con nuestra pareja y aumentar las conductas positivas para no centrar la atención solamente en los aspectos negativos de la relación, y darnos cuenta así de todas las conductas agradables que nuestra pareja hace por nosotros y valorarlas, como por ejemplo cuando nos pregunta ¿qué tal el día? Como una muestra de interés que brinda la oportunidad para un intercambio de vivencias.
Otro elemento que cobra gran importancia a la hora de abordar un problema es la habilidad para comunicarnos, tanto para expresar un determinado mensaje de forma correcta, concreta y sin ofender, como para recibirlo adecuadamente a través de la escucha activa, sin realizar interpretaciones o inferencias de él .
Por último, no hay que pasar por alto el gran valor que tiene en el diálogo y sobre todo con nuestra pareja, el expresar los sentimientos, deseos o necesidades para que ésta se ponga en nuestro lugar y conozca lo que sentimos y necesitamos en cada momento sin pretender que lo adivine. Es decir, no esperar a que el otro adivine lo que te pasa sino expresarlo de forma abierta y positiva.
Todo esto invita a la reflexión sobre la utilidad y relevancia que juegan estas habilidades tanto en la resolución de los problemas como en el curso y continuidad de la relación.

 Alicia García Cebrián.




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