Pareja: ¿merece la pena?
Una reflexión
sobre las crisis y las rupturas.
Vivimos
en la sociedad del hedonismo, del placer, de la comodidad. Esta realidad
contrasta muchas veces con el sufrimiento inherente a la vida, con los
problemas y dificultades naturales en toda relación.
Desde
mi experiencia como psicóloga y terapeuta de parejas veo que muchas de las
personas que vienen a consulta tienen un denominador en común. Es frecuente
escuchar como la ilusión de lo que ellos esperaban en pareja se ha roto. Esta
decepción entre lo que quiero y lo que tengo genera frustración, confusión y
muchas veces el planteamiento de abandonar la relación en busca de una más
acorde con los deseos y expectativas propias.
La
pregunta con la que muchos se sientan en mi consulta es la de si merece la pena
luchar por ese matrimonio en crisis, si hay algo que hacer cuando los
sentimientos ya no están o al menos no de la misma forma. Se trata de personas
que en su momento se quisieron con intensidad pero que por circunstancias, el paso
del tiempo y otros factores han dejado de sentir lo mismo. El dilema es
importante, la decepción y resignación es grande. Y la aparente solución es
muchas veces la ruptura de la relación. Estoy convencida de que en muchos casos
lo es, sobre todo cuando hablamos de relaciones tóxicas. Pero en otras
ocasiones se abandona la relación por un aprendizaje erróneo de lo que es el
amor. Un aprendizaje que no incluye la tolerancia a la frustración, la pena y
cierto sufrimiento.
Creo
que algo que nos distingue como seres humanos es la voluntad, la capacidad de
escoger. Esta capacidad muchas veces no se ejercita cuando dejamos que sean los
sentimientos los motores de nuestras acciones. En cualquier proyecto a largo
plazo no podemos bastarnos sólo de emociones por muy intensas que estas sean.
Se requiere de otros dos factores, al menos, muy importantes: la voluntad y la
acción. Una relación que quiera sobrevivir a lo largo del tiempo necesitará un
claro compromiso personal y el desarrollo de conductas destinadas a mantener la
decisión. No quiero, con esto, que se interprete que los sentimientos no son
importantes. Lo son, pero si los usamos como única guía en una relación, puede
que no podamos afrontar las crisis más profundas. Estas crisis forman parte de
la naturaleza de una relación amorosa, dinámica y en desarrollo.
El
amor crece cuando nos desarrollamos a nivel individual y alcanzamos de cierta
madurez personal. Amar a alguien es más que la necesidad de recibir, es la
capacidad de dar.
En
conclusión, quizá podamos reflexionar en la utilidad y finalidad de una
relación de pareja con sus crisis inherentes. Es decir, asumir que esos
momentos de dificultad son la oportunidad para fortalecer el amor y para tener
un mejor y mayor aprendizaje personal. Quizá la decepción a la que llegan
muchas personas viene por las expectativas que se tenían de una pareja. Puede
que sea constructivo ajustar esas ideas a la naturaleza de la relación,
aceptando que cuando algo merece la pena quiere decir que es “merecedor” de “penas”
y no sólo de los buenos momentos.
La
pareja es un reto, una aventura y un desafío que produce madurez y riqueza
personal si estamos dispuestos a asumirla con sus altibajos.
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