"Tu amor me duele."

"El fuerte, es fuerte mientras el débil se lo permite".


Más lento, más silencioso, menos visible, pero no por ello menos doloroso y altamente peligroso.

Lo que rara vez cuentan en la televisión, cuando de violencia de género se trata, es cómo una mujer llega a someterse al maltrato físico. Parece como si fuera una lotería, un día te despiertas y tu hombre romántico se ha convertido en una bestia que te golpea. Antes de llegar a esto, hay un maltrato psicológico que permitirá que la mujer que un día pone una denuncia por malos tratos, al día siguiente, con la promesa de su pareja de que cambiará, la quite.

La relación de pareja se caracteriza por una primera fase, la atracción o enamoramiento. En este momento es fácil atribuir características deseadas o necesitadas a la persona que amamos. Del mismo modo, en este estado hay ciertas conductas que se pasan por alto, que se justifican y se perdonan fácilmente.

Esa persona, tan encantadora y dulce, un día te monta un numerito por cosas tan absurdas como que no te apetece hacer el amor, que si se te ha olvidado comprar algo es una muestra de que realmente ya no me quieres o que la comida se ha enfriado. Al principio la sorpresa es tan desagradable e incongruente con nuestro ideal que en vez de detectar que se trata de una relación peligrosa, tratamos de justificar lo sucedido trasladando el hecho a un segundo plano, de modo que lo que si nos gusta permanezca más visible. Así conservamos intacta la imagen de quien amamos. Es decir, hacemos un proceso de selección. Es como si tuviéramos dos almacenes de información, en uno guardamos lo congruente con lo positivo y le ponemos la etiqueta de lo “realmente importante” y en el otro metemos todos esos acontecimientos y reacciones abusivas y excesivas a los que clasificamos como “una equivocación la tiene cualquiera”.

Todo el mundo en algún momento en diferentes relaciones tratamos mal a alguien, aun cuando realmente queremos a esa persona. El maltrato psicológico no es una excepción, es una dinámica, un continuo en el tiempo. Una escalada dónde se desvaloriza a la otra persona hasta que ésta asume una posición de desigualdad.

Hay ciertas barreras en una relación que nunca se deben traspasar. Los gritos, la falta de respeto, los insultos no se pueden justificar ni utilizar como una constante. No se deben asumir nunca como modo de comunicación. Esto es algo difícil porque en nuestra cultura se han incrustado formas de relación dónde levantar la voz, criticar destructivamente o incluso insultar tienen cierta validez si la situación lo "justifica." Muchas veces, durante la infancia o la adolescencia se ve como los padres se tratan de malas maneras, o la relación entre padres e hijos se ve salpicada por estas palabras fuera de tono.

En una pareja es necesario establecer límites. Uno puede expresar sus sentimientos, su desagrado o enfado con lo sucedido pero nunca debe tolerarse descargar la ira contra la persona. Por eso cuando uno no tiene claro su propia valía y busca a otra persona que le haga sentirse amado hay más probabilidades de que se caiga en una dinámica abusiva.

Pero, no es tan sencillo. Las personas que sufren maltrato son muy distintas. No podemos caer en dar un perfil general, porque el maltrato es algo progresivo. Personas con una buena autoestima pueden verse víctimas de éste si no detectan los indicios de peligro.

El funcionamiento del maltratador psicológico pasa por la variante de dos opuestos. El amante enamorado y la bestia encolerizada. Un día es un ogro y al día siguiente es capaz de llorar rogando tu compasión, diciendo que no quiere ser así y que cambiará. Es más, pasa incluso por hacerte sentir culpable de su mal genio, de hacerte creer que de ti depende su reacción, que si no hubieras hecho o dicho aquello no se habría puesto así. Lo cierto es que todos somos responsables de nuestras acciones, nunca podemos justificar nuestro comportamiento culpando a otros. Siempre podemos elegir como reaccionar ante una situación, como expresar nuestros sentimientos.

A continuación algunos formas de maltrato psicológico:

  • Ignorancia de los sentimientos u opiniones.
  • Ridiculización.
  • Comparación con objeto de desvalorización.
  • Generalización: ante una equivocación como un olvido puntual se hacen comentarios como eres un inútil, nunca te acuerdas de lo que importa, no se puede contar contigo.
  • Amenazas.
  • Intimidación o coacción para que hagas o dejes de hacer algo.
  • Culpabilización y actitud de víctima.
  • La no comunicación, dejar de hablar o retirarse cuando la persona se esta expresando.

Os remito a un texto de la confesión de un maltratador, puede resultar interesante:

http://www.natureduca.com/blogsos/?p=254

Hoy día hay una concienciación mayor del tema, pero son muchas las personas, hombres y mujeres que viven bajo la aceptación de una forma de relación basada en el maltrato psicológico. Haciendo referencia a Jorge Bucay, el mito del amor ciego ha de ser cambiado por un amor con los ojos bien abiertos.


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Y se casaron y fueron felices.....¿para siempre?



Tras la merecida victoria de “la roja” en la final, toda España estalló en una alegría eufórica y contagiosa. Fueron momentos muy especiales y nos han dejado un muy buen sabor de boca que probablemente será inolvidable. ¿Qué habría pasado si no hubieran ganado? ¿Cuál habría sido la reacción? Nos basta ver las imágenes de los holandeses tras la derrota para imaginárnoslo. Es muy agradable disfrutar de estas emociones tan positivas, pero, ¿podemos decir que somos felices? y, si es así, ¿hasta cuando? Creo que todo esto invita a la reflexión.


Es importante asegurarnos de cuales son nuestras fuentes de felicidad, si son internas, o por el contrario son externas (caso del mundial). Si son fijas o variables. En el campo de la pareja sucede que muy a menudo se espera encontrar la felicidad de la mano de nuestro amor. En todo esto el cine y la música, por no mencionar otros medios de comunicación, influyen enormemente. Desde niños vemos como las muchachas encuentran a su príncipe azul y es en este momento cuando saben que serán felices “para siempre.” De adultos, y quizá sin darse cuenta, muchos se frustran en las relaciones y se reprochan en pareja “tu no me haces feliz.” De hecho, muchas matrimonios se rompen con la esperanza de encontrar a alguien que realmente les haga felices.


Es normal buscar la felicidad, pero hay que saber dónde buscarla. Si tu no eres feliz tu pareja no puede suplir una carencia que es personal, propia de cada individuo. Una forma de entender la felicidad es la satisfacción con lo que se es y con lo que se tiene. A menudo comparamos nuestra relación de pareja con la idea que habíamos soñado. Vemos que ese hombre no es tan comunicativo y que es muy poco romántico; o que la mujer no es tan comprensiva ni condescendiente como a él le gustaría. Y es precisamente esta comparación entre lo que es y lo que supuestamente “debería ser” lo que nos hace sentir mal.


Para ser feliz una cosa muy importante es que la felicidad no dependa de nuestra pareja ni de otras circunstancias, aunque desde luego influyen. Que podamos valorar lo que somos y lo que tenemos. Que cuando analicemos nuestra relación nos fijemos en el progreso y en los puntos fuertes de esta y no en si es o no como la de las películas. Conforme crecemos parece que vamos perdiendo la capacidad de ver lo positivo, y nos cuesta disfrutar porque permitimos que lo que no nos gusta nuble lo bueno del momento.


En la vida, la pareja es una parte sin duda importante, pero no es la única. No merece la pena relegar el desarrollo personal y otras relaciones por centrarnos exclusivamente en la pareja. Y entender esto, contribuye a la felicidad de la persona y suele traducirse en una relación de pareja más agradable y con menos exigencias.


Antes de concluir quisiera hacer una pequeña aclaración, en caso de maltrato físico y/o psicológico es necesario pedir ayuda externa. Cuando la relación cae en esa dinámica es muy difícil salir de ella, es algo que no debe pasar por la aceptación. Precisamente de este aspecto, el maltrato psicológico, hablaremos en el próximo artículo.


Para los demás casos, os animo a hacer una balanza, en la que además de las cosas negativas de vuestra relación, que suelen estar más presentes, incluyáis esas cosas que a veces se asumen como normales y no se valoran como un aspecto muy positivo. Que no pase un día sin decirle a vuestra pareja algo que os gusta de él o ella. Cuanto más exigentes nos volvemos menos podemos disfrutar de la relación. Además, las exigencias se viven como acusaciones, ante las que la pareja suele retraerse y distanciarse o responder con más exigencias.


A veces la mejora en la relación pasa por cosas tan sencillas como darse cuenta de lo bueno y comunicarlo. Más allá de valorar si los dos damos igual se trata de valorar como más importantes y frecuentes las cosas agradables por encima de las que no lo son.




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¿Cuándo se acaba una relación?

En ocasiones, hay pacientes que acuden solos a terapia de pareja. Se trata de personas que más que terapia para restaurar sus relaciones, buscan ayuda para tomar una decisión: seguir o no seguir con su pareja. Algunos, cuando vienen ya han roto con su pareja en varias ocasiones, pero vuelven a “caer en la tentación” una y otra vez. Algunos aseguran no querer volver a envolverse en esa relación, pero cuando se sienten vulnerables acaban por marcar de nuevo el teléfono del “ex”. Otros confiesan no tener las cosas claras, están enamorados de una parte de esa persona, pero hay otra que no soportan, y guardan la esperanza de un cambio milagroso.

Muchas veces interpretamos que la relación se rompe en el momento que uno de los componentes se lo comunica al otro. Lo cierto es que las relaciones, por lo general, no se rompen de la noche a la mañana. Hay un deterioro, ciertas grietas, que si no se detectan y se reparan a tiempo, llegará un momento en el que, de forma inevitable, la pareja se romperá. Cuando la base de la relación es “movidiza”, ésta se tambaleará continuamente. Por ejemplo, si lo que te mantiene unido a la otra persona es la idea de cómo debería ser, más que la aceptación de cómo es, las decepciones se darán cada vez que veas comportamientos en él o en ella, que te muestran una imagen distinta a la que tu mantienes en tu cabeza.

Otra razón por la que se vuelve a una relación es por el miedo al sufrimiento. En nuestra sociedad se nos enseña a huir del dolor y a buscar la comodidad. No es de extrañar que cuando la vida se muestra de forma natural, salpicada por la tristeza, no sabemos cómo enfrentarnos a ella. Nos cuesta creer que este sufrimiento pasará, que volveremos a enamorarnos e ilusionarnos. Nos parece que se nos desgarra el corazón y que no tenemos fuerzas para seguir. Quizá hemos aprendido a depender del consuelo de nuestra pareja, y cuando ésta no está no sabemos a donde ir.

Lo cierto es que es difícil distanciarse de una persona que está cerca en nuestro corazón y en nuestros pensamientos. Cuando no ha habido una causa como infidelidad u otras de está índole. Cuando no se ha dejado de querer a la persona, se hace más difícil desengancharse.

Os añado, al final del artículo, el enlace a un cuento de Jorge Bucay que explica cuándo se termina una relación, usando, cómo no, la moraleja. En él explica que cuando alguien que puede evitarte el sufrimiento no lo hace, en ese momento se acaba la relación. Pero, no es tan sencillo, la relación puede pasar por baches donde, desde el dolor, se hagan o se digan cosas arrastrados por la emoción del momento, que suele ser negativa.

En estas situaciones que estamos comentando cabe preguntarse ¿qué aportas tú a esa persona que dices que amas?, ¿qué te aporta él/ella a ti?, ¿qué es lo que te sigue atrayendo de esa persona? Muchas veces las reconciliaciones enganchan más que la propia relación, despiertan sentimientos más intensos que la relación en sí.

Una forma de saber si seguir o no con la relación es precisamente dejar de planteártelo. Piensa en tu vida, en tus objetivos, en hacia dónde se dirige. Redescubre qué cosas valoras en la vida, qué es para ti lo más importante. Haciendo esto, no sólo encauzarás tus pasos, sino que verás si esa persona de la que te has enamorado comparte objetivos y valores contigo. Aunque no sean los mismos. Es como cuando antiguamente recogías a alguien que hacía “auto-stop”. Lo primero que le preguntabas es a donde iba. Y aunque no fuera exactamente al mismo sitio que tu, valorabas si coincidía con tu trayecto. A nadie se le ocurría coger a alguien que iba a una dirección opuesta y cambiar el rumbo del viaje. Apliquemos esta lógica a las relaciones, no recojas a gente que te haga perder el rumbo. El viaje será más agradable para los dos si os acompañáis en una misma dirección y no cuando uno de los dos tiene que perder su oportunidad de crecer en la vida para que el otro se desarrolle. Por supuesto que en la relación no siempre va todo sobre ruedas y hay que ceder en ciertas cosas, pero que sean cosas se pueden cambiar y no la esencia de la persona.


http://www.youtube.com/watch?v=vT3_o0thKfg&feature=related



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¡TU NO ME ENTIENDES!

La comunicación en la pareja.

Entre dos que se aman, la comunicación de ese amor, es tan importante o más que el sentimiento en si.


A menudo me he encontrado a parejas que en el fondo se quieren, pero cuando se trata de dialogar lo hacen a base de gritos, reproches, sarcasmos y otro tipo de expresiones que para nada son coherentes con ese supuesto amor. ¿Dónde está el problema? Podríamos inclinarnos por pensar que realmente no existe ese cariño, que se trata más bien de una dependencia o que se han ido dejando de querer y ahora no se soportan. Podría ser. Pero si ellos dicen que aun se quieren, si confiesan querer intentarlo, se les puede ayudar haciendo un análisis más profundo de la situación. ¿Qué tal si les enseñamos algo de buena comunicación? Y quizá este matrimonio que parecía imposible, con el paso del tiempo, el esfuerzo de los dos y las pautas terapéuticas se torne en algo más parecido a una pareja, donde se dan y se reciben muestras de cariño, donde ambos confiesan estar satisfechos y me atrevo a decir, que ambos se alegran de haber tomado la decisión de pedir ayuda y de intentarlo una vez más. Este es, en ocasiones, el resultado de la terapia de pareja.

La comunicación es tan importante como desconocida en muchos casos. Al principio de una relación y bajo el “hechizo del enamoramiento” resulta fácil mostrarnos empáticos, afectuosos y agradables. Somos más condescendientes con los errores del otro y parece que prima el sentido del humor como un antídoto que le resta importancia a los problemas. Pero, ¿qué sucede después? Lo más fácil es echarle la culpa a Cupido, decir que se acabo el amor. Si nos fijamos en la dinámica de comunicación a la que muchas parejas se someten, veremos que está ha ido degradándose. Uno de los grandes fallos es el aumento de expresiones que muestran insatisfacción, desagrado, reproches y quejas. Y si algo caracteriza la comunicación es la reciprocidad, de modo que los reproches fácilmente se intercambian por más reproches.

Comunicamos todo el tiempo. Incluso cuando no queremos estamos comunicando. Comunicamos con palabras y con gestos, desde el razonamiento y desde las emociones. Los modelos de comunicación que se establecen en la pareja son determinantes para hacer que ésta se vea dotada de energía a lo largo del tiempo o por el contrario se vuelva insatisfactoria para ambos miembros. A menudo la comunicación ineficaz se escuda bajo frases tales como “yo es que soy así”, “a mi me gusta la sinceridad, yo digo las cosas cómo las siento” o “es que los dos tenemos mucho carácter”. Cuando interactuamos con nuestra pareja, es vital, no sólo expresar cómo nos sentimos, sino dar un paso más allá de nosotros mismos, pensar en cómo se siente el otro. Para ello, aunque ser espontáneo puede ser un alivio momentáneo, es necesario analizar y planificar nuestra forma de comunicarnos. La comunicación efectiva se traduce a menudo en la felicidad de quienes la comparten.

También es necesario que cada miembro de la pareja, en cuanto receptor, vea más allá de las palabras y trate de descubrir la emoción que sostienen estas. John Gray, en su libro “ Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” ya nos advierte de las diferencias de género como un factor a tener en cuenta en la comunicación. A menudo las parejas discuten desde dimensiones distintas. Muchas veces las mujeres hablando, desde el plano emocional, usan expresiones como “tu siempre haces lo mismo” o “nunca me escuchas”. Ante esto, el hombre tratando de usar la lógica, es decir desde su parte más racional, se justifica buscando ejemplos de situaciones en las que eso de que se le acusa no fue así, le parece injusta la sentencia que se le imputa, es decir, trata de demostrar que no “siempre” lo hace mal. En realidad la frase “nunca me escuchas” puede ser expresión de una necesidad afectiva, del deseo de recibir muestras de atención y valoración, de sentir que a la otra persona le interesa lo que uno trata de comunicar. Cuando esto no se percibe, suele desembocar en una mayor frustración. La mujer por su parte, no se siente comprendida y el hombre suele encerrarse o distanciarse porque se siente atacado. En ocasiones se torna en una espiral agresiva, verbalmente, bajo el lema “la mejor defensa es un buen ataque”. En este contexto se dicen muchas cosas de las que luego se arrepienten, pero que a la larga van agrietando la relación.

Partiendo de la base de que todos tenemos necesidades emocionales, el quid de la cuestión está en cómo hace cada miembro de la pareja para cubrir esas necesidades. Hay ciertos métodos, que aunque a corto plazo pueden darnos lo que buscamos, a la larga pasan factura a la relación. Me refiero a métodos tales cómo la coerción, la intimidación o el chantaje emocional.

La comunicación negativa es un arma de doble filo. No sólo es destructiva para la relación, sino que de forma paradójica puede llegar a ser un modo de mantenerla. Saliendo del contexto de la pareja, pongamos por ejemplo un niño en clase que consigue llamar la atención de su profesora con malas conductas. Obviamente esta atención es negativa, expresada en castigos y riñas, pero al fin y al cabo es atención. De modo que si el pequeño no aprende otras conductas para conseguir atención positiva, se mantendrá en esta dinámica. Del mismo modo sucede entre dos individuos que se castigan verbalmente. No es lo que más les gustaría, pero es la forma en la que se ha enquistado su comunicación y, muchas veces, lo prefieren ante el silencio de la indiferencia.

En terapia, familiarizamos a las parejas con el término “gratificación”. Cuando la comunicación se caracteriza por palabras de empatía y gratitud, ésta se experimenta como reforzante e intensifica el deseo de estar en comunión. La relación suele tener elementos que a uno le agradan, pero muchas veces se asumen como parte de la rutina y no se le da el valor necesario, antes, el foco de atención se traslada a aquellas cosas que nos molestan, a lo que desearíamos cambiar. Modificar este aspecto puede dar un giro a la relación si se mantiene de forma constante. Por ejemplo, empezar a ver lo que tu pareja hace que sí te gusta y comunicárselo. Expresar cuánto aprecias que la comida esté preparada, o que te escuche, que te acompañe, que colabore en las tareas del hogar, etc.

Las caricias, la mirada y otro gestos dan mucha fuerza a lo que decimos. Solo hay que observar a los actores de cine. Cuando se dicen que se quieren lo hacen fijando su mirada, cogiéndose de la mano o fundiéndose en un apasionado abrazo. Quizá en algún momento todos han acompañado sus palabras con el lenguaje no verbal que las apoya, pero puede que al caer en la rutina, por el paso del tiempo o por no prestar atención, se haya ido perdiendo esta habilidad. Estaría bien volver a utilizarla, reaprender su importancia y aplicarla en la próxima conversación con esa persona a la que se ama.


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"Quiéreme para que me quiera".

La información que uno tiene de si mismo no es la autoestima, es lo que se conoce como “autoconcepto”. La autoestima es la forma en la que valoramos ese concepto. Ante una misma información, como por ejemplo que la gente se ría cuando uno habla, la interpretación puede ser muy distinta. Uno podría pensarse divertido o gracioso, pero otro podría sentir que está haciendo el ridículo, o que los demás no le toman en serio.

La autoestima, se va formando desde la infancia, en base a la información que nos han transmitido, a la interpretación de esa información y a la valoración propia y por parte de los demás. Por ejemplo, ante las continuas riñas entre los padres, un niño puede interpretar que están enfadados con él, es decir, culparse de la carga emocional negativa que observa en ellos.

Cuando comenzamos una relación de pareja, no lo hacemos solos, sino acompañados de un equipaje experiencial, en el cual se incluyen expectativas, ilusiones, decepciones, miedos, buenas y malas experiencias, virtudes y carencias, educación, cultura, etc. Por eso a veces no resulta fácil engranar nuestra vida con la de la otra persona, que por supuesto arrastra un bagaje distinto al nuestro.

La autoestima, es decir nuestra forma de valorarnos influye también en la forma en que vivimos el amor de nuestra pareja y hacia nuestra pareja. Cuando uno no se ama a sí mismo puede tener dificultades para recibir el amor de otra persona, con lo que las muestras afectivas de ésta nunca son suficientes. Por ejemplo, los celos muchas veces vienen por la propia inseguridad proyectada en la pareja, “confío en ti pero no en los demás,” “no me gusta que te miren, te quiero sólo para mi.”. La dependencia y el chantaje emocional también son características de una necesidad afectiva: “no puedo vivir sin ti”, “si me quieres no hagas esto o aquello.”

Cuando uno tiene carencias afectivas no satisfechas también se ve limitado para dar amor. La admiración es una característica de las parejas felices, el poder animar y apoyar de forma positiva. La persona insegura, tiene miedo de apoyar al compañero o compañera en su propia autonomía. Vive como amenazas cualquier cosa que exija la dedicación del cónyuge. Por eso, en lugar de ofrecer apoyo, muchas veces expresa sus miedos.

Hemos de entender que para que el amor se mantenga a lo largo del tiempo, éste necesita ser alimentado por una constante reciprocidad: dar y recibir. La persona que asume un rol de “salvador”, “víctima” o cualquier otra postura que rompe la cadena de dar y recibir, generan dinámicas destructivas en la relación.

En la forma de comunicarse, a menudo la falta de autoestima se expresa en dos vertientes:

  • Pasivo: tiende a conformarse, evita el conflicto y cede ante la imposición.
  • Agresivo: trata de controlar y de imponer su punto de vista, vive como una amenaza la disensión, tiende a ser poco tolerante e intransigente.
  • También se puede dar un tercer caso: pasivo-agresivo, según la situación o personas, reacciona de una forma u otra.

La persona con una autoestima sana posee la habilidad de comunicarse de forma asertiva, es decir, expresando su opinión de manera abierta y segura, ejerciendo sus derechos sin pisotear los de los demás.

Como dicen algunos sistémicos, somos víctimas de víctimas, y por lo tanto nadie pasa ileso por las relaciones de la vida. Lo importante es conocer nuestras carencias afectivas y entender nuestros miedos para poder desmitificarlos. No vivir proyectando en la pareja lo que en realidad es una limitación nuestra.

Aceptarnos y valorarnos es el primer paso para poder amar a otros y recibir su amor. Implica un apoyo más allá de nuestras virtudes, que incluye ser amados aún a pesar de nuestras limitaciones, y que éstas sean sólo temporales, como parte de un proceso de aprendizaje.



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Habilidades para ligar.


“Seducimos valiéndonos de mentiras y pretendemos ser amados por nosotros mismos.”

Paul Géraldy.














La seducción se confunde a menudo con una verdad a medias, o dicho de otro modo con una sutil forma de engañar. Pero ese tipo de seducción lleva a la decepción de quien se enamora y a la profunda frustración de quien seduce por no poder ser uno mismo confiando en que será amado.

Cuando se habla de ligar, casi todos lo hacen como si fueran expertos en la materia. En cambio, a la hora de practicar, no son tantos los que lo hacen con ciencia. Muchas veces se imita lo que hacen otros, o se aprende por “ensayo y error”. A nadie le gusta que le digan cómo seducir, pero todos, si existiera, se aprenderían una fórmula mágica.

En esta ocasión vamos a dar algunas pinceladas que pueden ser útiles para todos aquellos que quieren atraer y enamorar a otra persona.

En el taller que venimos impartiendo de “Habilidades para ligar” hemos descubierto que una de las cosas que más le cuesta a la gente es romper el hielo. Los nervios juegan muy malas pasadas. A veces todo se queda en la ilusión de haber tenido una agradable conversación con alguien que nos parece especial. De los que dan el paso, muchos no pasan de un par de preguntas y un silencio incómodo. Los hay que sí que se acercan y acaban disfrutando de una amena interacción. En todos los casos, hay algo que es fundamental para disminuir la ansiedad y además conseguir que la persona objeto de nuestro deseo se lo pase mejor con nosotros.

La ansiedad, en este campo, muchas veces se produce por preguntas tales como “¿qué pensará de mi?”, “¿y si me rechaza?” u otras por el estilo. Observemos que el foco de atención en este caso está en uno mismo, no en la persona que deseamos conocer. Si ponemos una lupa sobre un texto, la zona que enfocamos se hará más notoria. Si la cambiamos de lugar no nos llamará tanto la atención. Del mismo modo, cuando nos centramos en nosotros, aumenta el estrés por quedar bien y por consiguiente el miedo a hacerlo mal. Si cuando interactuamos con otros nos hacemos las siguientes preguntas “¿qué me gusta de el/ella?” “¿qué intereses tiene esta persona?” etc., descubriremos que de repente ya no nos sentimos tan nerviosos y que nuestro compañero de interacción se sentirá mucho más valorado y puede que se interese más por la persona que le hace sentir de ese modo.

Otra cosa muy importante es el manejo de las preguntas que hacemos en una conversación. Si las preguntas son cerradas, del tipo “¿te gusta la música?” las respuestas sólo podrán ser “si” o “no” con lo que se da menos pie a que la conversación continúe. Si la pregunta es abierta, “¿qué tipo de música te gusta?”, es más fácil continuar la conversación de un modo distendido. Lo ideal es hacer una pregunta abierta, pero si no se conoce a la persona a veces es complicado. Por ello es recomendable, si se hace una primera pregunta cerrada, continuar con una que dé más variedad de respuesta.

Una duda muy común es sobre qué temas hablar. Lo más natural es ir en progresión, de cosas más generales a más personales. Por ejemplo, la pregunta “¿tienes novio?” es muy personal, da poco juego a la seducción. Este tipo de preguntas hacen que desaparezca la gracia que se produce por la incertidumbre. En cambio, empezar hablando sobre aficiones o algún suceso reciente puede resultar menos violento y más ameno.

El verdadero seductor es aquella persona en cuya presencia, tanto hombres cómo mujeres se sienten valorados. No tanto la que desea ser el centro de atención, cómo la que centra su atención en los demás. No lo es el que se esfuerza el fin de semana por seducir, como quien hace de su vida una forma de interactuar interesándose en los demás.

Las relaciones personales pueden ser una forma de desarrollo personal, de disfrutar y aprender. Por ello es un campo que merece la pena cultivar.


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"La primavera...la sangre altera"


Ya se encarga nuestro refranero de advertirnos que la primavera es una época especial, que de un modo extraño nos volvemos más proclives a enamorarnos y de alguna forma parecemos más felices.


El ser humano no tiene una época de celo marcada en el calendario anual, podríamos decir que “esta dispuesto” todo el año. Pero si que es cierto que al entrar la primavera sufrimos una especie de alteración. Y no es de extrañar, tras un largo invierno, donde nos hemos privado de las salidas al aire libre y nos hemos camuflado bajo el abrigo, llega el “destape”. Nos dejamos seducir por la variedad de colores que ofrece la moda primaveral, la ropa cubre menos, el sol reluce en las terrazas de los bares y las salidas se ven acompañadas por el buen tiempo.


Al igual que el mal tiempo influye en el estado de ánimo, hasta el punto de relacionarse con el mayor número de depresiones en los países nórdicos; el sol también nos afecta de forma positiva. Precisamente la luminoterapia simula la intensidad luminosa de la luz solar demostrando así sus efectos terapeúticos. De hecho, la prolongación del día en primavera disminuye la segregación de melatonina, hormona implicada en el estado de somnoliencia.


¿Qué sucede cuando nos enamoramos?


Más tarde o más temprano, más intensa o más levemente, a todos nos llega ese cúmulo de sensaciones que nos hacen sentir como si estuvieramos “flotando”.


La química del flechazo tiene tres ingredientes básicos:

  1. Fenilalanina: Se relaciona con la sudoración y la dilatación pupilar.
  2. Adrenalina: Acelera el corazón y nos hace sentir emocionados.
  3. Endorfinas: Protege nuestro sistema inmunológico y nos hace sentir mejor.


Es importante distinguir entre amor y enamoramiento. El primero tiene un inicio progresivo y es de duración larga. El segundo es más rápido tanto en su inicio como en su final. El enamoramiento es la interpretación que hacemos ante la activación que sentimos. Por ejemplo, una adolescente a la que sus padres le prohiben salir con un chico, cada vez que lo haga sentirá una activación mucho mayor, pues está haciendo algo prohibido. El caso es que lo más probable es que no interprete su activación de esta forma, sino que crea y se autoafirme en su amor, pues relaciona al objeto de su amor cómo el causante de tanta excitación.


El enamoramieno puede provocar el inicio de una relación de pareja, pero no es suficiente para hacerla sólida a lo largo del tiempo. El amor es algo dinámico, susceptible de cambios, una construcción que se alimenta de dar y recibir.


Empezar una relación es algo relativamente sencillo, aparentemente atractivo. Mantener esa relación a lo largo del tiempo sintiendose satisfechos es un trabajo más minucioso.


El cine ha contribuido a mitificar una idea romántica y casi superficial de la pareja. Lo curioso es que las películas se acaban en el momento que deciden casarse o compartir su vida, rara vez se muestran los conflictos y como se superan. Por eso, en pareja, una de las primeras cosas que hay que hacer es desaprender para reaprender, entendiendo que se trata de dos, que buscar culpables no soluciona el problema, que es mejor aceptar que tratar de cambiar a nuestra pareja.


Al principio, cuando uno esta enamorado, las “pequeñas manías” del otro se perciben de forma inocente, casi como divertidas, algo sin importancia que “ya cambiará”. Luego nos frustramos al descubrir que esa persona tiene defectos que nos resultan insoportables e incomprensibles. El amor se construye conociendo y aceptando no sólo las virtudes sino las carencias de la persona.


No hay un límite establecido para la duración del enamoramiento. Algunos psicólogos establecen el límite en un máximo de seis meses, mientras otros lo alargan hasta los tres años. El caso es que su duración es limitada aunque se puede reactivar repetidas veces a lo largo de una relación. Lo más importante es ser conscientes de que tiende a disminuir y por ello es importante trabajar en el amor, en algo más duradero, dependiente no sólo de los sentimientos sino de la voluntad.

Hay quienes se enamoran de estar enamorados, y buscan ese sentimiento en una relación, sin preocuparse en construir nada más. Por eso cuando esa activación se mitiga abandonan la relación o se sienten profundamente frustrados.


Es muy excitante vivir un romance y sentirse enamorado hasta la médula, pero también es muy gratificante construir una relación íntima y exclusiva que, cómo dice la teoría gestáltica, es más que la suma de sus partes.





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